CATEQUESIS. Tipos
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    Los conceptos, estilos y tipos de catequesis han sido y son numerosos. Una visión general de ellos refleja la riqueza que representa el campo de la catequesis en la Iglesia y la necesidad de asumir ante el concepto de catequesis, necesariamente análogo y diversificado, postu­ras acogedoras y colaboradoras, que son las recomendables por sentido común y por tradición en la Iglesia cristiana.
   Para entender lo que de verdad es la tarea cate­quística hay que entrar en el estudio de los muchos ámbitos, niveles, factores que la define y asumir su importancia a juzgar por su diversidad.
   Olvidar ese sentido análogo es acercarse al riesgo de discriminaciones bizantinas y a ignorar la multiforme acción del Espíritu a la hora de formar a los cristianos en la fe
.

 Es bueno que quienes se dedican por vocación y por misión a trabajar en este campo alcen los ojos hacia el amplio panorama de la catequesis en sus formas y descubran las tres dimensiones que son comunes en el campo del Evangelio: el ser tarea de Iglesia buena toda por igual, el significado de la ayuda al hermano en la fe que se pretende, el sentido de misión evangelizadora que refleja.

1. Según los ámbitos o espacios.

   La primera analogía y la más amplia, sin sistematizar excesivamente las descripciones, nos lleva a analizar la catequesis por los ámbitos humanos en los que se desenvuelve.

    1.1. Catequesis familiar

   Por naturaleza es la más diligente y pronta en la vida de la Iglesia. Fue la más vincu­lada a los hechos creacionales ya entre los israelitas y tenemos de ella múltiples referencias en el Pentateuco. Los padres están en condiciones ventajosas para educar la fe de los hijos.
   La Iglesia siempre ha promovido, exigido a sus miembros y estimulado esa catequesis del hogar. Y siempre ha re­cordado que, dentro de su informalidad, es la más decisiva, al menos en los primeros años de la existencia terrena.
   Los padres y familiares cercanos, más con el ejemplo que con la pala­bra, más con el impulso y el contacto que con planes prefabricados y sistemáticos, educan la fe de sus hijos.
   Para la catequesis familiar, la fe es un don de Dios; es como una semilla:
        - Se siembra en momento oportuno.
        - Germina de forma natural.
        - Crece por obra de la naturaleza.
        - Exige también esmero y cuidado.
        - Siempre permanece de por vida.
   La familia cristiana tiene una misión propia e insustituible respecto a la educación de la fe de los hijos. Es catequística por vocación y naturaleza. Los padres y el conjunto de familiares, son los primeros educadores de la fe. Los niños escuchan y viven el Evangelio, antes que nada, en las personas que integran la realidad familiar y encarnan los valores humanos y cristianos.
   Los padres cristianos deben superar posibles complejos de inferioridad en relación con la educación cristiana de sus hijos y asumir sencilla y confiadamente los do­nes sacramentales y de la gracia que derivan de su matri­monio.
   La parroquia, la escuela, otras instancias, nunca podrá sustituir a la familia en su función educadora de la fe, ni esta podrá jamás dimitir de esta responsabilidad primaria y radical.
   Urge prepa­rar a los padres cristianos para que cumplan su oficio de primeros catequis­tas de sus hijos. Pero también hay que ayudarles, sobre todo cuando lo hijos llegan a edades o situaciones difíciles y complejas.
   Juan Pablo II decía: "La acción catequética de la familia tiene un carácter peculiar y, en cierto sentido, primordial y definitivo. No sería bueno centrar la catequesis en la parroquia, o en la comu­nidad, sin más. Si se olvida la acción de la familia, de los padres, algo serio se deteriora en las dinámicas formativas de la fe. La familia es insustituible. La educación en la fe impartida por los padres, la cual debe comenzar desde la más tierna edad de los niños, se realiza ya cuando los miembros de la familia se ayudan unos a otros a crecer en la fe por medio de su testimonio de vida".  (Ca­techesi Trad. 68)
    
   1.2. Catequesis parroquial

   La parroquia es la comunidad de los fieles cristiano que viven cerca, se co­munican fraternalmente desde la fe y colaboran en los ministerios de plegaria, de educación y de caridad propios de los seguidores de Jesús.
   Los rasgos que definen la parroquia condiciona su función catequizadora.
     -  Es comunidad cristocéntrica, es decir promueve la unión personal con Cristo y promueve sin cesar el conocimiento y aceptación de su men­saje.
     - Es comunidad congregada por la Palabra y fomenta la actitud de escucha a Dios que habla por los hermanos.
     - Es comunidad orante, centrada en la Eucaristía, que se presenta como el punto de encuentro, de llegada y de partida.
    -  Es comunidad promotora de la comunión eclesial: se expresa compartiendo la vida y fomentando la caridad.
    -  Es comunidad misionera consciente y responsable de su misión ante el mundo.
    - Es comunidad samaritana que fomen­ta la solidaridad, la justicia y la caridad fraterna
    La catequesis parroquial, a diferencia de la familiar, implica una mayor organi­zación y exige una colaboración funda­men­tal entre los agentes pastorales más res­pon­sables de la comunidad.
    Los Obispos españoles, en su Documento sobre "La catequesis de la comu­nidad2, clarifican los objetivos de esta catequesis, pues la juzgan primordial y sagrada: "El papel de la catequesis es iniciar en lo comunitario, encaminar hacia la comunidad, insertar en ella a quienes pasan por un proceso. Para que la catequesis preste totalmente su servicio a la Iglesia, es necesaria la existencia en la Diócesis de verdaderas comunidades cristianas, positiva­mente eclesiales, compuestas por hombres y mujeres que creen y confiesan sinceramente a Jesús. Sólo así la catequesis podrá realizarse adecuadamente."  (Nº 288)
    Es importante reconocer que las formas de organizar las catequesis parroquiales son muchas, pero en alguna forma condicionan la identidad, la acción y la eficacia apostólica de la parroquia. En las parro­quias que se ordenan prioritariamente en referencia a los sacramentos, las catequesis que los preparan son decisivas. Si se ordenan en referencia a la caridad con el prójimo, las catequesis que promueven la solidaridad y la justicia resultan preferentes. En todo caso, las catequesis son el termómetro de la vida parroquial, aunque no su último cometido o su máximo compromiso.
    Y los cuatro polos cardinales que regulan la vida religiosa de los parroquianos: Palabra (Escritura sagrada), liturgia (acción sagrada), koi­nonía (estilo comunitario) y diakonía (servicio diaconal) de alguna forma reclaman su especial preparación. De ahí que siempre la cateque­sis parroquial esté desarrollada por las formas o actividades bíblicas, las litúrgicas, las sociales o convivenciales y las samaritanas o de caridad.
    La parroquia y su actividad catequística encuentran a veces dificultades por carencias personales, materiales o es­tructurales. En todo lo referente a la catequesis hay que recordar que la Iglesia no es parroquial sino católica. Por eso tiene singular importancia la relación inter­parroquial que se puede estable­cer para cumplir con el cometido educa­tivo.
  - La Diócesis cons­tituye una comuni­dad amplia, generosa, con sentido de familia, que ayuda a la parroquia en todo lo que ella no es autosuficiente.
   En definitiva el párroco, los presbíteros y los diáconos que animan una parroquia son miembros de la comunidad diocesa­na y episco­pal, como el mismo Obispo perte­nece a la comunidad católica.
   La triple labor del Obispo: enseñar, gobernar y santificar, se traslada al gru­po animador de la parroquia que hace presente en cada lugar el sentido de Iglesia en comunión.
  Del mismo modo la interrelación y mutua ayuda de las parroquias, en gene­ral vinculadas en la estructura arciprestal constituye una decisiva palanca para la actuación cada vez mejor.

  

   1.4. Catequesis grupal

   Son muchos los grupos y movimientos que se desenvuelven en la vida de los creyentes y que tienen que ver con sus ideas y sus sentimientos religiosos. La sociedad polivalente actual se abre a diversi­dad de alternativas y, en el terre­no reli­gioso, a posibilidades de educación a tra­vés de estructuras que deben ser tenidas en cuenta de manera especial en lo referente a la educación de la fe.

   1.4.1. Identidad y valor

   Los grupos suelen definirse como algo concreto, actual y personal. Los movimientos son tendencias más diluidas.
  
Ambas estructuras sociales implican una intensa carga pedagógica que interesa en clave de catequesis. Pues ambos precisan tiempos de preparación y am­bientación para entrar en sus objetivos generales. Aunque los objetivos comunes de todos, como es natural, afectan al acercamiento al mensaje evangélico y a las exigencias de la vida cristiana.

Aquellos grupos que, persua­didos del beneficio del men­saje cristiano, quie­ren formar para la vida en clave de Evangelio: amor al prójimo, justificia, esperanza, alegría, fe y confian­za en Dios, hacen una verdadera catequesis y el paso por sus estructuras y la vivencia de sus estilos, marca para toda la vida.

   1.4.2. Modelos grupales

   Determinados grupos o movimientos han promocionado desde su fundación una orientación catequística grande, por lo que merecen un recuerdo agradecido o un estudio especial pues son grandes las aporta­ciones pedagógicas que con frecuencia han hecho.
   Se pueden citar con interés los estilos pedagógicos de algunos de ellos:
  - del escultismo, en sus diver­sas formas y de manera especial del apellidado como católico;
  - del movimiento ecuménico, con su senti­do de Iglesia y con el persistente recuerdo del valor de la unidad en referencia a la explícita voluntad de Jesús;
  - del movimiento mariano, con el interés por presentar a la Madre de Jesús como centro de referencia evangélica y alientos para los seguidores de su Hijo;
  - de las múltiples cofradías, agrupaciones, congregaciones, sociedades que recla­man a sus miembros un proceso de mentalización y unos compromisos de madurez cristiana admirables;
  - de las diversas ONGs confesionales, que se abren a múltiples servicios de caridad, de cultura, de justicia o de promoción social de diverso género.

   2. Catequesis por edades

   Se habla con frecuencia en los ámbitos catequísticos de las grandes diferencias que existen en el caminar evolutivo del niño y del joven. Ellas reclaman la actuación educativa diferente en las diversas edades, niveles o situaciones madurativas. Entre una catequesis dada en el despertar a la vida y la que reclama la tercera edad, la distancia es tanta que, fuera del nombre y la intención educativa, apenas si puede haber confluencias o concordancias.
   La catequesis diferencial resulta pues una necesidad pedagógica y psicológica que también requiere catequistas especializados en cada una de ellas.

   2.1. Catequesis de infancia

   Es una catequesis de acogida y de descubrimiento, de cercanía y de vivencia, de imitación y de sentimiento.
   Va desde las formas globalizadas, sensoriales, afectivas y fantasiosas del niño muy pequeño hasta los estilos más activos, participativos, figurativos del niño mayor o del preadolescente.
   La exigencia catequística se inicia cuando el niño supera la primera infan­cia sensorialista de los primeros 24 primeros meses de vida. Desde los tres años sus ojos se llenan de impresiones y figuras, nace un creciente y rápido len­guaje experiencial, se desp­lia, pero que debe ser entendida, respetada, estudiada y cultivada.

   Cuando llega a la infancia media, entre los 6 y los 9 años, la personalidad infantil se enriquece con dosis fuertes de acción, de imitación y de participación. Surge la hora de una "catequesis activa y figurativa", orientada a iniciar actos religiosos y a descubrir y admirar las figuras o personas religiosas: Jesús, María, santos.
   Al llegar a la infancia madura, entre los 10 y los 12 años, el sentido de responsabilidad, el descubrimiento de los hechos religiosos, el nacimiento de la conciencia ética, la capacidad reflexiva, impulsan la catequesis por vías de solidaridad y de elección personal. Es tiempo de una "catequesis participativa", llena de experiencias religiosas agradables y de acciones solidarias.

   2.2. Catequesis de preadolescentes.

   Es la edad de oro de la catequesis, si alguna edad merece la preeminencia en la consideración de los catequistas. La podemos denominar "catequesis axiológica", por cuanto es tiempo de conquista de valores, de personalización, de diferenciación por temperamentos, sexos y entornos familiares.
   La infancia se desdibuja, superada por unas formas de pensar, de sentir y de actuar personales, en las que se mezcla el afán de afianzamiento, la autonomía creciente y la inseguridad mezclada con las ansias de originalidad.
   La catequesis preadolescente es de la máxima importancia, pues la vida religiosa posterior va a depender en gran medida de los que en este momento evolutivo penetre en la personalidad. Ninguna edad es tan decisiva como ésta.
   Los valores se configuran en estos años: en la inteli­gencia con la consolidación de criterios rectos; en la afectividad con la conforma­ción de sentimientos no­bles; en la voluntad con opciones que tienen ya consistencia y garantías de duración; en la sociabilidad con relacio­nes preferentes, aficiones y hábitos de comportamiento que serán propensiones para la vida y no sólo ráfagas pasajeras de curiosidad o de imitación ajena.
   La catequesis preadolescente debe contar con los hechos vitales de transfor­ma­ción que aparecen: capacidad de pen­samiento autónomo, resurgir de pulsiones sexuales distorsionantes de la placidez anterior, nacimiento de la intimidad con el cúmulo de afectos que la acompa­ñan, esquemas axiológicos que surgen no siempre coincidentes con los fami­liares, receptividad grande ante las figuras fuertes, míticas o insinuantes.
   Todo esto deberá mover a los educadores y a los catequistas a mirar esta etapa con predilección y a descubrir formas serias de realizar una tarea eficaz y adaptada. De ello depende, en cierto sentido, la orienta­ción religiosa para toda la vida.

   2.3. Catequesis de jóvenes

   Pasados los 15 o 16 años, y en la chica un poco más precozmente, la per­so­nalidad se vuelve independiente y, en lo que a religiosidad se refiere, se polari­za definitivamente.
   La diversidad tipológica juvenil es grande y la catequesis sigue siendo necesaria, pero se halla condicionada por las actitudes de aceptación o de rechazo que cada persona adopta. Esas actitudes van desde la acogida fácil de lo espiriritual hasta las diversas acciones soiales que se ofrecen en el camino. En esta edad se muestra aptitud para asimilar y desarrollar riquezas religiosas: ideas, sentimien­os, experiencias, relaciones. No falta quien se polariza en planteamientos fanáticos, pero son los menos. Es más frecuente el riesgto de la indiferencia .
   La catequesis juvenil no es fácil pues habrá de adaptarse a las posturas. Es evidente que conformistas, indiferentes, escépticos, oscilantes, piadosos, crédulos o turbulentos son dignos de toda atención y necesitan dosis muy diferentes de alimento religioso. El problema de los catequistas es cómo dárselo convenientemente para que cada tipo de estos quiera recibirlo.
   La formación religiosa sigue siendo importante, necesaria, progresiva y con­cordante con la recibida anteriormente. Pero nunca como en esta etapa el catequista debe tener en cuenta que el acierto no está en obtener docilidad en los receptores, sino simplemente en hacerles entrar en el simple hecho de que­rer y promover la propia formación en la fe cristiana.

    2.4. Catequesis de adultos

    Los adultos precisan también cateque­sis, sea cual sea su situación profesional, su estado de vida y sus mismos intere­ses espirituales y actitudes religiosas. Al menos necesitan una formación religiosa que sitúe su cultura y su capacidad de juicio religiosa en los mismos niveles que su cultura profana y sus actitudes y sentimientos sociales.
    Esa catequesis se revestirá de diversi­dad de ropajes: cursos de actualización, lecturas clarificadoras, paticipación en catecumenados de adultos sobre dife­rentes temas o modalidades, planes o cauces de formación permanente, etc. Especial necesidad tendrá un adulto abierto a lo religioso cuando ciertas situaciones de novedad le condicionan: llegada de hijos al hogar a los que hay que educar cristianamente, situaciones de crisis laboral, social o familiar, que reclaman actualizar los criterios o los sentimientos y apertura a responsabilidades siempre exigentes, etc.
   Lo que no puede hacer un cristiano responsa­ble es dejar que los años avancen en la atonía religiosa o que eventualmente otras creencias o supersticiones desplacen o reemplacen su envejecida actitud de creyente.

   2.5. Catequesis de tercera edad.

  Y no deben ser infravalorados los años en que la regresión vital empuja la vida hacia su culminación. Conviene tener en cuenta que la sanidad moderna, los mejores sistemas de alimentación, higiénicos y laborales, la protección de todo tipo que hoy abunda, son factores que logran que la tercera edad de la vida, al menos en los países desarrollados, se convierta en un período largo, con recursos y tiempo disponible y con posibilidad formativas incalculables.
   Los sistemas de formación y profundización religiosa hacen posible una catequesis de la tercera edad fecunda y ventajosa para las personas. Hay que desarrollarla con abundancia y generosidad, contando con la misma existencia de catequistas de la misma tercera edad, y buscando la integración y concordancia con las otras etapas y no distanciándose en un exilio dorado propenso a nostalgias o actitudes críticas, siempre justas mientras no resulten paralizantes.

 
    4. Catequesis litúrgicas

    Un recuerdo y alusión conviene hacer también a las catequesis que tradicionalmente se vinculan con los tiempos litúrgicos: Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua o Pentecostés. En muchos lugares y tiempos ha sido tradicional formular cate­quesis o actividades de formación cristiana centrados en esos períodos y en los intereses religiosos y eclesiales que despiertan.

   4.1. Catequesis dominicales

   Las catequesis litúrgicas son excelentes formas de actualización religiosa y de formación mínima de los principales sentimientos religiosos y recuerdos de la Historia de la salvación.
   Debe mantenerse gran estima a la secular catequesis litúrgica centralizada en las lecturas dominicales de la Eucaristía, lecturas selectas y ordenadas.
   En tiempos ya pasados se repitieron cada año, creando todo un itinerario de formación básica. La piedad popular designaba a muchos domingos con el tema del Evangelio (Transfiguración, Buen Pastor, Juicio final) era positiva.
   Hoy, desde la reforma del Concilio Vaticano II) se redimensiona esa distribución y se amplían las lecturas a lo largo de un trienio (denominando cada año con las letras A, B, C).
   Lo importante es organizar una catequesis básica en busca de una formación mínima para los "cristianos dominicales" y los que no pueden o no quieren acce­der a exigencias mayores.
   Reforzando esa catequesis las con­memoraciones y fiestas del calendario cris­tiano refuerzan esos ciclos litúrgicos y sirven de ayuda insustituible a los pastores en sus catequesis habituales.

   4.2. Catequesis sacramentales

   También es preciso aludir en el marco de la liturgia a las catequesis exigidas por los diversos sacramentos y que dan un tono singular a la vida de las comunidades cristianas, de manera especial la parroquial
  
   4.2.1. Catequesis bautismales
 
   Las catequesis bautismales arrancan desde los primeros tiempos de la Iglesia y tiene una significación singular de ingreso en la Iglesia.
   Cuando el bautismo se administra a los niños pequeños, la catequesis de padres, padrinos y familiares de bautizandos se usa como modo de sensibilización religiosa para los que van a ser responsables de la fe del que se bautiza.

   4.2.2. Catequesis de Confirmación

   Son muchas las formas organizativas para conseguir una buena preparación de los adolescentes y jóvenes que, al llega a la madurez, se sien­ten llamados a reforzar su fe y confirmar su pertenen­cia a la Iglesia.
   Estas catequesis, que en ocasiones se orientan a adultos que no recibieron aun el sacramento, son ocasión excelente para actualización de la fe.

   4.2.3. Catequesis eucarística

   Sobre todo la catequesis preparatoria de la primera comunión tiene fuerte arraigo en las sociedades cristianas y responde a una necesidad educativa.
   Es importante aprovechar esa catequesis, incluso aunque se halle perturbada por múltiples incoherencias sociales, para vigorizar la vida religiosa familiar.
   Queda hoy en las parroquias un gran desafío para buscar formulas, recursos y medios con los que llegar a los miembros de la familia, no sólo a las madres que acuden a las reuniones organizativas de las ceremonias o de las consignas parroquiales.

   4.2.4. Los otros sacramentos

   Son muchas las maneras y los cauces para educar la conciencia de los cristia­nos que se acercan a los sacramentos.
   Algunos de ellos se prestan para catequesis muy específicas
   - La promoción de la penitencia sacra­mental y su administración comunitaria hace posible diversas catequesis coyunturales hábilmente dirigidas a la formación moral y a la ilustración de la conciencia creyente.
    - Las administraciones matrimoniales son tiempos interesante para la instruc­ción no sólo en lo específico del acto sacramental, sino del estilo de vida que los cónyuges cristianos deben llevar y que los padres cristianos deben prever.
    - Determinadas celebraciones sacerdotales puede suscitar interesantes catequesis vocacionales que ayuden a descubrir el sacerdocio o las diversas familias religiosas masculinas y femeninas como un ministerio eclesial, que importa a todos los cristianos, y no como una simple incidencia social, que afecta unos pocos.

   4.2.5. También los sacramentales

   También las otras acciones piadosas y signos de la gracia que la Iglesia ha establecido con el paso de los tiempos se prestan para múltiples impulsos cate­quís­ticos. Los buenos catequistas saben estar al tanto para aprovechar todas las oportunidades.
  - Son capaces de hacer de una peregri­nación, de una visita pastoral, de una festividad, de una campaña misionera, de un novenario o de un octavario motivo suficiente para una educación de aspectos concretos de la fe y de la vida cristiana de la comunidad que organiza o celebra.
  - Saben hacer de las cofradías peni­tenciales de Semana Santa, de las procesiones y de las plegarias cuaresmales, tiempo de instrucción y no sólo respuesta a tradiciones a veces seculares.
  - Pueden convertir unas rogativas para pedir la lluvia o para rogar a Dios por la paz en buenas ocasiones para catequizar sobre la confianza en la Providencia o sobre el mensaje cristiano sobre la guerra, el terrorismo o la violencia. Y también se organizan para que una conmemoración festiva se transforme en una lección de fe o de caridad.

  
 

 

 

   

 

 

 

 

1.3. La catequesis escolar

   Es un tipo de catequesis peculiar, que supone educar la fe en un contexto académico, de permanencia, de comunidad cristiana y de convivencia desde la eventualidad escolar.

   1.3.1. Doble postura

  Es frecuente asumir con cierta polémica una de estas dos actitudes, teniendo que reconocer que en ambas existen argu­mentos sólidos y práxis abundante.

   1.3.1.1. No a la catequesis escolar

   No falta quien piensa que la catequesis en sentido estricto debe quedar reserva­da para la familia cristiana y para la parroquia, que es comunidad de fe.
   De hecho esta negativa está mal planteada, por cuanto las creencias reli­giosas son necesarias para una educación integral de la persona humana. Son pocos, salvo posturas de acendra­do materialismo apriorístico, los que dudan de la necesidad de interpretar y ofrecer en los planes de formación visiones claras y objetivas del hecho religioso humano: el manifestado en el arte, la cultura, la historia, la sociología, el derecho, etc.
   La polémica suele centrarse en diferenciar cultura y catequesis y sugerir que la escuela solo puede y deber dar información religiosa en clave de cultura; y que debe reservar para la familia o para la parro­quia todo lo que implica plegaria, sentimiento, actitud profunda de fe, las virtudes, las vivencias religiosas.
   Si sólo se quedara la polémica en nomenclaturas, no merecería la pena un análisis minucioso de las falacias o argucias con las que se justifican determinadas posturas. Las extremas van desde el pietismo exagerado de quien hace de la escuela una oportunidad para fomentar devociones sectoriales, hasta la postura racionalista de quien rechaza cualquier gesto de fe en el ejercicio docente como si toda acción fuera manipulación.
   La postura equilibrada será reclamar la posibilidad de que en la escuela pueda haber verdadera acción catequística y combatir, por infundada, la prohibición.

   1.3.1.2. Sí a la catequesis escolar

   Pero hay también muchas personas que, fuera y dentro de la escuela, se de­claran defensoras de la catequesis escolar, sin que ello quiera decir que en todas las escuelas se lleve a efecto el abanico de sus postulados.
   Nada obsta, piensan,  a que en todo lugar, también en la escuela, se pueda aprovechar para dar educación de la fe cristiana. La escuela es un lugar privilegiado por múltiples motivos personales, estructurales y coyunturales
   Si en ella se ofrece una educación religiosa abierta, pluriforme y respetuosa y si esa educación tiende a educar la mis­ma fe de los alumnos, tanto por el ejemplo como por la enseñanza de los profe­sores, en nada se manipulan las inteligencias ni se coaccionan las libertades.
   Por eso la catequesis escolar debe ser ofrecida cuando la índole de los alum­nos, la opción de las familias, la actitud reli­giosa de los educadores hacen posible algo más que una instrucción en óptica cultural y se puede llegar a una verdadera educación de la fe.
    Siendo el factor religioso elemento imprescindible para una educación integral de la persona humana, y siendo la ausencia de los valores religiosos una mutilación en la formación del hombre, no cabe duda de que la catequesis escolar es  una alternativa digna de todo respeto.
   Las formas de darla serán muchas y responderán a variados niveles e intensidades. Pero hay factores que deben tenerse siempre en cuenta según la edad y la sensibilidad de los escolares y según las circunstancias sociales, familiares, convivenciales.
   Atención especial merecerán los programas de formación religiosa, los diseños curriculares, las clases y asignaturas específicamente religiosas. Sin alumnos plurales, las líneas deben ser multiformes, respetuosas, abiertas y tolerantes. Con los explícitamente católicos o cristianos debe procederse con claridad de objetivos, transparencia de programas y proporcionalidad de procedimientos.

    1. 3. 2  Criterios de base


 
  La educación religiosa escolar y la parroquial o la familiar son distintas cate­quesis pero no distantes. Sólo de la armonía entre los tres espacios educativos y con armonía con otros que coexistan (grupos, cursos, asociaciones) se consiguen resultados óptimos.
   La educación religiosa escolar debe llevar una carga instructiva suficiente, según demandan las estructuras acadé­micas. Pero en un tipo de escuela con­fesional caben muchas modalidades.
   La educación religiosa escolar exige ortodoxia, pluralismo, armonía cultural o posibilidad de relaciones interpersonales. Reclama una catequesis polivalente, como multiformes son las estructuras escolares.
   Cuando se trata de escuela católica o públicamente confesional, la catequesis escolar debe gozar de una atención prioritaria. Ella no agota todos los recursos de formación religiosa, pero marca la pauta de quienes eligen para su formación, por si o por intermediación de sus padres, ese tipo de educación.
   La educación religiosa escolar en todo caso debe ser consciente de los dogmas y de los misterios, de los criterios éticos cristianos y de la necesidad de experiencias y de relaciones propias del creyente.
   En ningún caso la catequesis escolar debe ser entendida como proselitismo religioso, adoctrinamiento, dogmatismo, fanatismo o autori­tarismo. A los agentes escolares corresponde crear ambiente de libertad, si se quiere mantener el carácter de oferta que tiene el Evangelio. Por lo tanto el respeto y el pluralismo, la atención a la conciencia individual, la acogida de diversas situaciones o preferencias familiares son condición para esa educación y catequesis.
   No se debe identificar clase religión y plena educación religiosa, al menos en estructuras escolares confe­sionales. La educación es mucho más. Las diversas alternativas y ayudas espirituales, la posibilidad de la plegaria escolar y los cauces para experiencias de justicia y de caridad son variables en este tipo de catequesis. Por eso no se debe identificar "catequesis escolar" con "disciplina escolar de religión". Elementos didácticos como evaluación, obligatoriedad, exigencia, sumisión disciplinar, recuperación u otros similares deben ser cuidadosamente tratados. Son válidos para una disciplina académica, pero no son homologables en el terreno de las actitudes o de los sentimientos libres.

 

  3. Situaciones variadas

   Las situaciones de los creyentes, tanto individual como grupalmente considerados son diferentes. Es normal que los tipos de educación religiosa resulten a veces muy dispares.

   3.1. Catequesis normalizada

   La utopía catequística sería que para todos haya una catequesis normalizada en tiempos, formas, intenciones, contenidos y metodologías. Pero esto no resulta ordinariamente posible.
   Con todo, no debe olvidar el catequis­tas, o los promotores y responsables de la formación religiosa, que hay esque­mas normalizados a los que es conve­niente acudir al menos como referencia.
   Resulta normal que en la infancia todos reciban educación religiosa básica, de acuerdo con su familia
   Resulta normal que todo joven se sienta comprometido en alguna actitud o plan de formación religiosa, en donde la voluntariedad reemplace a la obligatoriedad infantil.
   Resulta normal que los adultos a lo largo de la vida busquen y asuman algunas renovaciones de sus ideas y de sus sentimientos religiosos para mantener viva y actualizada su fe cristiana.
   Y resulta normal que en la tercera edad haya posibilidad de alguna revisión de ideas y sentimientos para mantener en vigor las creencias.
   A esto llamamos catequesis normalizada, sobre todo cuando se realiza con métodos normales, con recursos normales y con planes formativos normales.

    3.2. Catequesis especial.

    Cuando lo normal no es posible por el sujeto, por el tiempo o por las circunstancias, se habla de catequesis especial. Es la que acomoda lo normal a diversas situaciones.
 
   3.2.1. Con deficientes físicos

   Se impone la compensación de la deficiencia, pero también la intensa y delicada especialización del catequista que trabaja ante carencias sensoriales, con enfermos y con discapacita­dos, con todos los que no tienen los recursos orgánicos de manera natural.
   La Iglesia siempre ha sido consciente de la necesidad de esta catequesis, pero la tecnificación de la misma ha sido tarea muy reciente.
   Del mismo modo cada vez se ha sentido más la necesidad de preparar catequistas aptos para la tarea, pues deben realizar una labor difícil.
   Tiene muchas limitaciones que hay que superar, pues no es lo mismo dar ideas a los ciegos que tienen expeditos los oídos que atender a los sordos que usan los ojos, además de para ver, como instrumentos de compensación.
   Lo que sí queda siempre claro es que el derecho a la educación religiosa nunca debe verse limitado por las circunstan­cias corporales.

   3.2.2. Deficientes mentales

   Cada vez más se ha ido reclamando en la Iglesia el derecho a una catequesis adecuada para los deficientes mentales, en sus diversas formas y nive­les. La catequesis de estos "niños o adultos diferentes" debe ser considerada priorita­ria en una comunidad creyente, si verda­deramente se vive en ella del espíritu evangélico.
   Se ha intentado a veces identificar esta catequesis con la normalizada infantil, aplicando los esquemas de cada edad cronológica a las edades mentales del sujeto de la deficiencia. Es un criterio orientador que no siempre resulta eficaz. En el deficiente mental hay otros aspectos, los corporales, los sociales, los familiares, que deben ser tenidos en cuenta para conseguir un trato adecuado
  
   3.2.3. Deficientes sociales
 
   Especial atención ha merecido en la historia la formación cristiana de los desajustados sociales, que lo son por tener determinadas taras convivenciales que reclaman cercanía, comprensión, dosis extraordinarias de paciencia y fortaleza, pero que pueden llegar a la normalidad en lo relativo a los conocimientos aunque no funcionen adecuadamente en las esferas volitivas o afectivas de los comportamientos.
   Las catequesis de marginados y delincuentes, las dirigidas a violentos o tarados con vicios destructores: erotismo, ludopatía, toxicodependencias, las que se deben acomodar a encarcelados o sometidos a sistemas de reforma, incluso las que deben dar luz y vida cristiana a emigrantes, exiliados, huérfanos o desheredados, son tan diferentes que ninguna ley general puede iluminar una labor que se encuentra con tal dispersión.
 
    3.3. Catequesis misionera

    Especial llamada de atención merece la llamada catequesis misionera, o dada en países de misión y de indigencia cultural, sanitaria o convivencial extrema.
    En esos ambientes es difícil determinar dónde comienza la verdadera acción cate­quística y dónde se hallan los límites de la simple asistencia humanitaria.
    Con todo es bueno recordar que en esos lugares son las formas de asisten­cia material: hospitales y dispensarios, escuelas y talleres de capacitación, servicios laborales y de promoción huma­na, las puertas que abren la posible evangelización y posterior educación reli­giosa.
    Muchas veces esas catequesis son alentadas por personas ajenas a los ambientes y a las culturas en que generosamente se incardinan. Es conveniente insistir en la necesidad de una preparación adecuada para que las catequesis conserven los criterios de oferta evangélica y no sean meros pretextos de colonización cultural y desarraigo.
   La prudencia, la experiencia, la rectitud de intención, el discernimiento serán los medios para hallar los mejores cauces catequísticos posibles.

   3.4. Catequesis ocasionales

   En este mismo sentido se deben valorar de modo especial las catequesis ocasionales que se dan con motivo de algunos acontecimientos: un jubileo, un año santo, un período de misión y predicación singular, un tiempo de restauración o de reconstrucción después de una desgracia social o de una dificultad extraordinaria.
   La Iglesia ha aprovechado esos tiempos para una labor generosa de renova­ción espiritual y nada obsta a que ello se  siga haciendo en todas las culturas y tiempos
  Todas las ocasiones y apoyos son buenos cuando lo que se trata es de mejorar la cultura religiosa y los senti­mientos espirituales.

 

5. Catequesis sistemática

   Es importante caer en la cuenta de lo que las diversas catequesis reclaman al animador de catequistas o al responsable de que el ministerio de la Palabra se desenvuelva con suficiente eficacia y acercamiento a las personas.
   Una comunidad cristiana, como es una parroquia, un centro educativo confesional o un movimiento cristiano, debe estar siempre en situación de búsqueda sobre lo más conveniente para educar en espí­ritu cristiano.
  Todas las formas de catequesis son buenas y todos deben sentirse interpelados y demandados a seguir algunas de ellas y colaborar en las que más se ajusten a sus propias posibilidades.
   Se debe recordar siempre el sentido pedagógico que siempre acompaña a la fe cristiana. Es la entraña del Evangelio y es la columna vertebral del cristianismo, precisamente porque es una doctrina de vida y salvación y no una simple teoría ética, social o política.
   No en vano Jesús se presentó como Maestro único (Mt. 23.8) y a sus seguidores les mandó a enseñar por todo el mundo. (Mt. 28. 19; Mt. 5. 19)
   Pero esa actitud docente espontánea, cotidiana, natural, debe también organizarse de forma más sistemática y continuada. A esa forma es precisamente a lo que llamamos catequesis y las formas de organizarse que son múltiples son las que dan origen a tipología catequística enormemente rica, complementaria y enriquecedora.
   Desde los primeros años, el cristiano va a estar siempre aprendiendo a ser mejor, a pensar mejor y a vivir mejor. Lo decía Juan Pablo II: "Desde la infancia hasta el umbral de la madurez, la catequesis se convierte en una escuela permanente de la fe y sigue de este modo las grandes etapas de la vida, como faro que ilumina la ruta del niño, del adoles­cente y del joven (Catechesi Tradendae  Nº  39)